Pavimento

<<Quien quiere ser un caminador ha de emprender hasta el más pequeño de los paseos al azar, con un auténtico espíritu aventurero inmortal.>>

Henry David Thoreau -

Circular.

Quiero decir unas palabras a propósito de la Ciudad, de la libertad desorientada y del estado-urbe. Una historia de las cosas, en contraste con las historias hechas solo de sucesos. Las cosas que son todas ellas al mismo tiempo, sin un principio y un final. Cuando atravieso el umbral de casa mía y piso un adoquín de la calle Sardenya, esta existe en el mismo tiempo que todos los otros adoquines de la ciudad, desde la Calle de Arbeca al Bon Pastor, hasta la calle del Acero y de la Metalurgia en la Zona franca. La historia del pavimento, por lo tanto, no tiene tampoco una estructura lineal. Para explicarla me veo obligada a circular.

El uso es una forma de explicar historias sobre las cosas, dice Sara Ahmed. El uso más directo del pavimento que podemos hacer es andar. En el video veréis un registro de las mís pasos. El pavimento actúa como un tipo de mediador de este paseo. En cierto modo, separa los pies del caos del debajo: de las piedrecitas y las irregularidades; de los mejillones y los fósiles. Todo ello compromete la capacidad de errar: el camino está limitado y dirigido, regularizado, enmarcado en una retícula. Y a pesar de esto, mi trayectoria no es recta ni regular, por el contrario, está llena de giros y vacilaciones. Por ejemplo, en ocasiones veréis que evito en gran medida las esquinas de las tapas. Paso por el medio o bien desvío la trayectoria para evitarlas. Este gesto extraño es el que resto de pensamiento mágico infantil. El sedimento de la imaginación y la sospecha hacia un mundo hostil. Entre otras cosas, de pequeña, no me creía que los ángulos rectos acabaran nunca. Proyectaba desde el vértice un hilo elástico e invisible que se levantaba 45° del suelo, como una trampa no acabada de enterrar. Creía que al andar sin cuidado, las personas íbamos reuniendo hilos y más hilos que se nos concentraban en la zona del abdomen, añadiendo fricción y resistencia al vivir; haciendo que todo ello fundido más pesado con los años. Es más, en un giro macabro de la imaginación, estaba convencida que, si acumulaba muchos, acabarían cortándome por la mitad, como la Dalia Negra. Los evitaba desesperadamente, haciendo saltos y contorsiones que con los años aprendí a disimular para evitar las miradas. Hasta que, sin saber muy bien cuando ni por qué, perdí la obsesión. Los gestos permanecen.

Ahora pienso que quizás, aquella desgraciada criatura, con su lenguaje limitado, intentaba articular simbólicamente una pregunta que todos nos hacemos de una manera u otra: ¿por qué hay tantos ángulos rectos en la Ciudad y tan pocos en ninguna parte más? No solo abundan los ángulos rectos, sino que proponen un disparo definitorio de la urbanidad, un lenguaje propio de cierta idea de civismo y de progreso. El mismo que ha hecho del pavimento la última trinchera del ornamento en tantas calles. "La evolución de la cultura avanza con la eliminación del ornamento de los objetos útiles", dice Adolf Loos. "El tiempo del trabajador y el material empleado es capital que se malversa, la ausencia de ornamento llevará una reducción en las horas de trabajo y un aumento de los salarios", predica a una audiencia burguesa y aristocrática. Que caiga, que caiga el ornamento: anacrónico, caro, cargante, degenerado, inferior, inmaduro, ineficiente y subjetivo. Hemos dominado los impulsos infantiles hasta el punto que ya no hay. Ha llegado el tiempo en que las ciudades resplandecen con el resplandor de las superficies lisas. Bien, no del todo.

Quiero acabar este relato desorientado con una conversación. Las conversaciones con el entorno no están ligadas a un significado simbólico, pero piden, como dice Miel Baggs, ampliar la respuesta. Puedo, por ejemplo, empezar a mirar las baldosas con los pies, palpando cada surco y cada desnivel. Así, empiezo a descubrir los panots del Eixample: el panot de cuatro pastillas, algunos con círculo, otros sin; el panot de la flor, donde me columpio en sus pétalos; el panot de tres círculos concéntricos que, como una gota petrificada en el momento de caer al agua, me invita a poner el dedo. También resigo el desgaste, más pronunciado en los márgenes, que suaviza las formas y endulza el roce. Y me familiarizo con los hoyos y los desniveles. Busco el bloque: Provença – Padilla – Mallorca – Lepanto, registrando las respuestas de cada esquina. Cómo he dicho, esta interacción no está ligada a un significado simbólico, pero no es insignificante. He invadido una relación que no se me supone y el resultado es que el pavimento y yo, ahora, estamos algo más cerca.

Mazella

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