El oficio como profesión


Miguel Milá en el taller. Fotografía: Poldo Pomés
“Si puedo resolver un diseño sin complicaciones de moldes, mucho mejor. En el fondo, un molde es una esclavitud. Además, la industria no siempre resuelve problemas económicos”.
Paralelamente al aprendizaje arquitectónico, vinculado a cierta visión estética de formas, volúmenes y materiales, Miguel Milá desarrolló una sólida formación técnica y mecánica con artesanos de la carpintería y la herrería. Además de con Cintet, el carpintero de casa, ya en la época de la lámpara TN contó con los buenos oficios del herrero Cutié: “Pasábamos la tarde limando y hablando, así fue como aprendí tanto con él”.
La inclinación por esta fase artesanal del proceso es un rasgo distintivo de Milá. En el taller arraiga una vocación humanista atenta a la dignidad del trabajo, que crea, modifica, perfila, reelabora y termina. Siempre atento a la adecuación entre fines y medios, y sujeto a una inevitable economía de recursos.
“Mi defensa de la artesanía y, en general, de todo el proceso artesanal en este momento que vivimos no tiene otra finalidad que defender el derecho que tiene el hombre a participar en los procesos de las cosas”.
El taller revela la participación más plena en estos procesos, en los que la idea toma forma en estrecha complicidad con materiales y herramientas y con su manipulación. También con el azar, que puede jugar un papel notablemente resolutivo. Este es el caso de Cesta, una lámpara que nació del hallazgo de un globo de vidrio ovalado que el diseñador decidió acomodar en una cestita de ratán confeccionada con este propósito.
De esta manera, el gusto por el taller, el “hambre de herramientas” que Milá confiesa, conforma el primer eslabón tecnológico del proceso y anima un rito propiciatorio con el cual la idea va cuajando como prototipo.