Función, ingenio y tecnología


“El concepto es encontrar la tecnología adecuada, que no es ni mucha, ni poca, sino la necesaria en cada momento”.
La “lámpara Milá” no constituye únicamente una clase magistral de funcionalismo, sino que también es una lección sobre el equilibrio y el matiz en la iluminación del espacio doméstico y su mera ocupación. Nada de esto es fruto del azar: desde la primitiva TN a la posterior Previa, hasta alcanzar la medida ideal de la TMC y de la TMM, las lámparas han ido calibrando su eficacia mediante ajustes progresivos hasta llegar a la modulación definitiva. Milá dice: “La primera va vestida de esmoquin, la TMM va en vaqueros”. Aparte de los materiales, lo más visible en ese cambio de indumentaria tal vez sea el mecanismo que sirve para desplazar la pantalla: en la TMC se trata de un asa integrada en el palo que se puede fijar a diferentes alturas mediante unos orificios que permiten trabarla; en la TMM, esta función la ejecuta una junta de goma que se hace deslizar. En este sentido, la TMM es un ejemplo de versatilidad y multiplicidad de usos con tecnología de bricolaje. La Cesta es otro caso paradigmático: el primer modelo, una vez ajustado para su reproducción industrial — sustituyendo el ratán por la madera—, ha ido evolucionando en varias versiones, asumiendo matices variables sin perder nunca una esencia diáfana que la convierte en una de las lámparas más delicadas y armónicas que existen. Resume, por tanto, el carácter “evolucionario” que Miguel Milá otorga a sus piezas, por encima de toda vocación rupturista. Quim Larrea y Juli Capella, diseñadores y teóricos del diseño, comentan: “En el caso de Miguel no se da una renuncia a la tecnología, sino más bien una búsqueda de la tecnología adecuada para cada necesidad. La TMC oculta, tras su imagen sencilla, una gran cantidad de recursos ingeniosos que la convierten en una pieza maestra”.
Aquí entran, efectivamente, tanto el ingenio como la observación y la sensatez, que son factores preliminares para acabar haciendo “presentables”, bellas, las propuestas de Milá. Unas propuestas desprovistas de molestia, de afectación, de estridencia. La premisa funcional incorpora, pues, una exigencia estética que, a menudo, se revela a posteriori, como si la belleza fuera el mínimo común denominador del tránsito hacia lo esencial. En este tránsito, la tecnología parece camuflarse con una extraña naturalidad: “Para mí, actualizar es buscar uniones más sencillas”.
En 1961, cuando la ADI-FAD (Asociación de Diseño Industrial) acababa de fundarse, Miguel Milá se unió junto con diseñadores tan destacados como Antoni Moragas, André Ricard, Manuel Cases, María Rosa Ventós, Joaquim Belsa, Jordi Galí y Rafael Marquina. A partir de entonces comenzaron los primeros premios y exposiciones de diseño en España, así como la participación en congresos internacionales del ICSID (Consejo Internacional de Sociedades de Diseño Industrial), donde conocieron a influyentes diseñadores como Gio Ponti, Achille Castiglioni, Gillo Dorfles, Alvar Aalto, Ilmari Tapiovaara y Vico Magistretti. Miguel definiría esta época como “un proceso orgánico de interés colectivo. Hablamos, compartimos ideas, nos interesaba lo que se hacía en otros lugares. Fue un momento de efervescencia en que todo estaba por hacer — construir un mundo que respondiera a la generación que éramos”. Ese mismo año, Miguel comenzó su labor pedagógica en la Escuela Elisava, donde enseñó hasta 1970; también impartió clases en la Escuela Eina desde 1967. Milá se mantuvo vinculado a Eina desde su fundación: ejerció como conferenciante y docente de Diseño en Mobiliario y Proyectos, y como profesor del postgrado en Interiores hasta principios de 2000, entre otras colaboraciones. En 1987, Miguel Milá fue nombrado amigo de Eina por su implicación en los inicios de la escuela.