Confort doméstico

Conjunto de sillas Constanza

“Los objetos nos rodean siempre, incluso cuando no se utilizan. Una lámpara está apagada mucho más tiempo que encendida. Y cuando está apagada, lo mínimo que puede hacer es no molestar. Y lo máximo, alegrar la vida. Acompañar sería el punto intermedio.”
Es un diagnóstico claro sobre el confort, en palabras de un experto en la materia. El mismo diseñador apunta a un detalle revelador cuando afirma que la TMM “queda fea” si colocamos la pantalla en la parte superior del palo. Efectivamente, elevada allá arriba, el equilibrio entre las partes se desequilibra y su armonía estructural se desbarata. El volumen del cuerpo cilíndrico de papel o metacrilato parece inflarse, pierde delicadeza.
La comprensión o intuición de este tipo de agregación armónica de las partes, casi una cadencia, es un factor básico del hogar confortable. Y el hecho es que ese equilibrio inefable en los diseños de Milá se explica, en buena parte, por su origen habitualmente privado: los objetos suelen nacer de una necesidad funcional íntima o familiar, como la de un punto de luz polivalente para la tía Nuria o la de un matamoscas “presentable” para su propia esposa. Son lo que el propio autor llama “autoencargos”, que se imponen ante la detección de una carencia inmediata en su entorno. Así nacen la María, una mesa de vidrio que no bloquea la visión de la alfombra
sobre la que se dispone; el Percherón, una estantería que resuelve el caos de los cascos de moto y las mochilas en el recibidor; o la misma silla Salvador, que Milá confeccionó para poder contar con unas sillas decentes sin comprometer su presupuesto familiar de recién casado. Todos estos artículos han sido producidos industrialmente y han gozado del favor del usuario; han cumplido su función con soluciones que la tecnología pudo homologar, porque su utilidad ya venía comprobada desde casa.